Durante mi adolescencia, la mamá de un amigo iba una o dos veces por semana a ordenar, limpiar y planchar. También me despertaba, cada vez que iba, con un beso y un 'buenos días, amor'. Me preguntaba cómo iba mi vida y la sentía mucho más cercana que a mi propia madre. Mientras me vestía (porque mi pieza tenía una ventana que daba al pasillo donde había un tragaluz que volvía menos terrible una pseudo esquina dedicada al planchado), me contaba en retrospectiva cosas que la pasaron de chica. Me hablaba sobre su familia, su esposo con el que ya no vivía, y de mi amigo desde su perspectiva. De sus historias siempre rescataba una que otra enseñanza o lección de vida. A veces me decía sin vacile que en la vida hay que siempre dar la cara, ser justo y honesto. Que ser hombre implicaba hacerse responsable de nuestros actos y ser siempre consecuentes. Uno de sus mayores orgullos era la intimidad que mantenía su familia con el emblemático Instituto Nacional. Allí en las reuniones de apoderados se hizo cercana a mi madre antes de yo siquiera hablar con su hijo. Lo menciono porque fue con mi abuela las que más se opusieron a mi madre respecto a su decisión de sacarme. Mi abuela por el prestigio de la institución, y ella porque hay que llegar hasta las últimas consecuencias de nuestras decisiones en la vida, además de creer que era un niño inteligente y confiar en que podía safar de la repitencia y la depresión. ¿Y yo? En verdad, mi voto más que estar en blanco se consideraba nulo. Más que los consejos sobre cómo tratar con mi madre, del respeto y otras cosas con las que quizá no estuviera muy de acuerdo, actuaba bastante como mediadora entre ella y yo. Quizá le daba consejos sobre como tratar conmigo, pero lo que sí pasó es que su amistad durante aquel verano se enfrió bastante. Antes de terminar el año, dejó de despertarme con un beso en la frente, su 'buenos días, amor' y el desayuno para que no llegara tarde.
Antes de mi tía, todas las nanas que tuve, consideradas nanas porque les pagaba mi abuela, no mi mamá, eran, después de trabajar unas semanas en tiempo de memoria, descubiertas ladronas o despedidas por flojas. Por ello nunca formé vínculo con ninguna.
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Todos los jueves viene la vecina de enfrente a limpiar y ordenar la casa. Su casa es -en apariencia- una casa piloto, lo que le sirve de referencia para ofrecer su servicios de asesora del hogar por un poco más de diez mil pesos el día de trabajo. Hablando con ella me cuenta de muchas cosas, de su vida, su familia, que hay días que limpia tres casa seguidas y que sus hijas, entre ellas mi mejor amiga, son flojas y pelean todo el día. Me impresiona la cantidad de cosas que hace, y que acostumbra a hacer, pero me he dado cuenta -y me cuenta ella misma- que todo se reduce a una simple filosofía; bueno, en verdad un par de lecciones, porque no se me ocurre ningún nombre filosófico por el momento: el que ensucia limpia, el 'después lo hago' no existe, y otra más que no recuerdo, pero que tiene que ver con el respeto (creo).
Como sea, la mayor lección que he aprendido con ella, y que motiva esta entrada guarda relación con la ilusión del 'después lo hago', o lo terrible de ello en verdad. Después de escuchar muchas veces que hay que hacer las cosas altiro para así quedar desocupados de una y poder echarse a ver tele tranquilo, decidí ponerlo en práctica con lo único que -podría decirse- me agrada relacionado con los quehaceres del hogar: lavar la loza. Y es precisamente la irrefutable prueba de que su filosofía funciona. Desde que lavo la loza inmediatamente después de usarla o no permito que se acumule, podría decir que mi vida cambió. La cocina se ve más ordenada, se usa menos loza, y al momento de lavarla se vuelve todo más ameno. Sí, tanto que hoy me di cuenta que me pongo muy creativo cuando lavo la loza después de almorzar. No sé si guardará relación porque lavar la loza es algo muy mecánico y porque comer te da energía, pero siempre que lo hago me dan ganas de escribir mucho, y podría decirse que no tan penca. Hoy, como tenía poca loza que lavar, pude aguantarme el desahogo y materializarlo en un post del blog. Kanye West y Lykke Li me apañaron en esto y, nada, no dejen acumularse la loza y escuchen a la mujer que les hace aseo en sus casas. Casi siempre son sabias.